El sistema de consultas interpartidistas, un mecanismo para unificar candidaturas y reducir fragmentación, vive hoy uno de sus momentos más críticos. Con la renuncia de Abelardo de la Espriella —quien descartó presentarse en la consulta de marzo en favor de una estrategia propia—, y la posterior salida de Sergio Fajardo de la consulta del ¨bloque de centro¨, las coaliciones tradicionales se debilitan y el tablero electoral reconfigura sus piezas.
En la derecha, la decisión de De la Espriella pone en pausa los intentos de presentar un candidato único: la competencia interna se diluye, y la división vuelve a asomar. Ante la falta de consenso, algunos sectores evalúan fórmulas alternativas —desde alianzas flexibles hasta candidaturas independientes— mientras el electorado moderado evalúa las opciones.
Por su parte, en la izquierda y centro-izquierda, la situación también exige reajustes. La salida de algunos aspirantes obliga a reordenar listas, posibles coaliciones y estrategias de unidad. El escrutinio interno, la representatividad regional y la búsqueda de renovación se convierten en factores clave para retener la base de apoyo y atraer nuevos votantes.
De cara al 2026, el futuro de las consultas parece dividido entre quienes las defienden como instrumento de legitimación y quienes apuestan por mecanismos menos institucionalizados: firmas, entradas por movimiento propio o alianzas coyunturales.
Si bien las consultas pierden protagonismo como vía segura hacia la candidatura presidencial, su espíritu –la convergencia de fuerzas– podría permanecer mediante nuevas formas: alianzas pos-consulta, pactos locales, o apoyos fragmentados que terminen en una segunda vuelta impredecible.
En un contexto de relativa volatilidad electoral, la clave estará en la capacidad de los partidos de adaptarse: redefinir sus liderazgos, entender la dispersión del voto y recuperar credibilidad frente al electorado.
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